Publicado hace 1 día
Generalmente la vida nos topa con velocidad diaria, a menudo nos olvidamos de detenernos y apreciar los pequeños momentos que nos brindan satisfacción y llenan de amor nuestros corazones. Al reflexionar sobre la simplicidad de las cosas, me doy cuenta de que son estos gestos cotidianos los que realmente enriquecen mi vida.
Hay días en que simplemente despertamos distintas. Con el alma más liviana, o quizás con el corazón necesitando un poco de abrigo. Y es ahí donde nos encontramos con lo esencial: esos pequeños momentos, instantes simples y puros, que nos llenan de satisfacción sin pedir nada a cambio.
A veces buscamos grandes acontecimientos, palabras perfectas o días extraordinarios, cuando en realidad, la verdadera felicidad habita en lo cotidiano. En ese café humeante por la mañana, en la brisa que acaricia el rostro al abrir la ventana, en la sonrisa que nos damos frente al espejo al decir: “Hoy estoy para mí y por mí”.
Cocinar, por ejemplo. Ese acto tan personal como amoroso. Puede ser algo que te lleve minutos o se extienda por horas. Tal vez es solo para vos, o quizás para compartir con alguien especial. Pero hay algo mágico en ese ritual: los aromas que despiertan recuerdos, los sabores que abrazan el alma, y el corazón puesto en cada ingrediente. Porque sí, cocinar también es una forma de orar. Es cuidar, nutrir, agradecer, amar. Este proceso, que puede ser tan breve o extenso como uno desee, lleno de aromas y sabores que activan los sentidos. Es una forma de expresión y un acto de amor.
A menudo, esperamos un momento único para ser felices y agradecer, sin darnos cuenta de que esos momentos ya están presentes en nuestras vidas. La simplicidad de las cosas cotidianas, como una conversación sincera, un paseo al aire libre o el silencio de un momento de reflexión, son regalos que la vida nos ofrece constantemente. Al aprender a apreciar estos pequeños gestos, descubrimos que la verdadera satisfacción no está en lo que esperamos, sino en lo que ya tenemos. Así, cada día se convierte en una oportunidad para vivir con gratitud y amor, reconociendo que la felicidad está en el aquí y ahora.
Nos decimos: “Cuando tenga esto... cuando pase aquello... cuando alguien me lo diga...” Y en ese esperar, olvidamos mirar lo que ya está. Lo que ya es. Lo que ya somos. Hoy estás viva. Hoy estás respirando. Hoy tenés la oportunidad de hacerte bien, de estar presente, de valorar cada segundo como una bendición. Porque lo es.
En cada uno de tus logros está la mano de Dios, él te sostiene y solo quiere lo mejor en tu vida. Confía en el proceso, y veras grandes resultados que regocijaran tu alma.
Él ve tu esfuerzo, tu entrega, tus silencios, tus risas espontáneas cuando nadie mira. Él habita en los gestos pequeños que surgen del amor verdadero: un té caliente, un mensaje sincero, un paseo en calma, una oración al final del día.
“Estad siempre gozosos. Orad sin cesar. Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús.” (1 Tesalonicenses 5:16-18)
“Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo.” (Salmo 16:11)
“Sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.” (Filipenses 4:6)
Que hoy sea ese día en el que no necesites más que tu propia compañía para sentirte completa. Que te regales el permiso de disfrutar lo sencillo, sin culpas ni expectativas. Que abraces tu realidad y la transformes con amor. Que entiendas que no estás sola, porque de la mano de Dios, todo es posible.
Y si hoy, simplemente, cocinaste algo rico, limpiaste tu espacio, te perfumaste sin salir, o le sonreíste al cielo... ya hiciste mucho. Ya te diste un regalo. Hoy estás para vos. Y eso, querida, también es fe.
© 2025 SagradaPalabra.com