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En un mundo donde el valor de las cosas se mide a menudo en términos monetarios, la ternura del alma y el corazón se destaca como un regalo que no tiene precio. Esta cualidad, que emana desde lo más profundo de nuestro ser, es una expresión de amor y compasión que no requiere de grandes sacrificios materiales, sino de un compromiso genuino con el bienestar de los demás. La ternura es una fuerza poderosa que puede transformar vidas, suavizar corazones endurecidos y crear conexiones significativas entre las personas.
Brindar ternura no nos cuesta nada en términos materiales, pero su valor es incalculable. En un mundo donde la frialdad y la indiferencia a menudo prevalecen, ofrecer un gesto de ternura puede ser un acto revolucionario. No importa si la persona que recibe nuestra ternura es reacia o incluso hostil; lo que realmente importa es la satisfacción personal y la paz interior que provienen de intentar cambiar el corazón de alguien. Este acto de bondad no solo beneficia al receptor, sino que también enriquece al dador, creando un ciclo de amor y compasión que se extiende más allá de lo inmediato.
La Biblia nos recuerda la importancia de la ternura y la compasión en nuestras vidas. En Efesios 4:32, se nos insta a ser "bondadosos unos con otros, misericordiosos, perdonándonos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo". Este versículo subraya que la ternura es una manifestación de la gracia divina, un reflejo del amor incondicional que Dios nos ofrece.

A menudo, podemos sentir que nuestros esfuerzos por ser tiernos y compasivos son en vano, especialmente cuando no vemos resultados inmediatos. Sin embargo, es crucial recordar que el verdadero valor de la ternura no reside en el cambio visible que provoca en los demás, sino en la intención pura detrás de nuestras acciones. Al intentar tocar el corazón de otra persona, estamos sembrando semillas de amor que pueden florecer en el futuro, incluso si no somos testigos de su crecimiento.
En Gálatas 6:9, se nos anima a no desmayar en hacer el bien, "porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos". Este versículo nos recuerda que nuestros esfuerzos por ser tiernos y compasivos no son en vano, y que, aunque no veamos resultados inmediatos, estamos contribuyendo a un bien mayor.
Cuando sentimos que hemos hecho todo lo posible por ser tiernos y compasivos, es importante dar un paso atrás, respirar profundamente y dar gracias por la oportunidad de haber podido ofrecer amor y bondad. Culminar cada obra en paz significa aceptar que hemos hecho lo mejor que pudimos y que el resto está en manos de Dios. Esta aceptación nos libera de la carga de la expectativa y nos permite vivir en armonía con nosotros mismos y con los demás.
En Filipenses 4:7, se nos promete que "la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús". Esta paz es el resultado de vivir una vida de ternura y compasión, una vida que refleja el amor de Dios en cada acción y palabra.
La ternura del alma y el corazón no solo transforma nuestras relaciones interpersonales, sino que también nos acerca a la bendición de Dios. Al actuar con ternura, nos alineamos con los principios divinos de amor y misericordia, lo que nos permite experimentar una conexión más profunda con lo sagrado. En Proverbios 11:17, se nos dice que "el hombre misericordioso hace bien a su propia alma", lo que sugiere que, al ser tiernos, no solo beneficiamos a los demás, sino que también nutrimos nuestro propio espíritu.
No se requiere de grandes sacrificios, solo de un corazón dispuesto a amar y a ser compasivo. Al practicar la ternura, no solo transformamos el mundo que nos rodea, sino que también nos transformamos a nosotros mismos, acercándonos más a la imagen de amor y bondad que Dios desea para nosotros. La invitación es clara: no sientas que es en vano, solo intenta y procura. Cuando ya sientas que es suficiente, respira profundo, da gracias y culmina cada obra en paz.
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