“Así que no temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con mi diestra victoriosa.”

Isaías 41:10

Los miedos


Siempre fui un niño miedoso, mis padres no habían tenido más hijos y lamentablemente, todas sus ansiedades recayeron sobre mí. No podía ir sólo a la plaza que estaba a pocas cuadras de casa porque podría caerme de las hamacas, no podía ir caminando a la escuela porque alguien podría interceptarme. Mis padres eran ya grandes cuando yo nací, mis compañeros de clase solían hacerme burlas y decirme que ellos eran mis abuelos. Mi infancia no la recuerdo como una etapa experimental sino como una etapa sujeta a los deseos de ellos, más bien, a sus propios miedos y no los míos.

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Ya convertido en adulto un miedo comenzó a acompañarme: el pánico a volar en aviones, a realizar tanto viajes cortos como largos. Simplemente no podía subirme a la aeronave, comenzaba a temblar, perdía totalmente el control. Pronto comprendí que se debía justamente a eso, a no poder controlar mi estancia sobre la tierra, a no poder disponer de bajarme en cualquier momento. Comencé a rezar cada vez que debía viajar por trabajo, unos minutos antes me disponía a conversar con Dios Padre y pronto esos sentimientos de desamparo fueron cediendo. Los padres tenemos el deber de cuidar a los niños, pero también, debemos dejarlos experimentar y formar su propio carácter, ya que sino estaríamos sólo viviendo a través de ellos y no con ellos.