Hablando honestamente, ¿cuántas veces hemos juzgado a alguien por su apariencia sin antes llegar a conocer a la persona? El ser humano posee una costumbre que lo lleva a juzgar por las apariencias. Cuando conocemos a alguna persona, lo más probable es que por tal intuición tengamos la iniciativa de formarnos una opinión de ella basados en como lucen o en otros motivos distintivos.
Sin embargo, se ha comprobado que nuestra intuición resulta errada en juzgar las características de una persona y su valor por cómo se nos presenta. El Señor, mediante su palabra y la profunda sabiduría que expresa, nos invita a pensar diferente, a juzgar a la persona por su corazón, por lo que realmente es. Detengámonos entonces, a la hora de tener una primera impresión.
Tomémonos el tiempo para conocer, compartir y convivir en armonía con aquellos que entran en nuestra vida, para de esa manera adentrarnos en su corazón y observar lo realmente importante. Aprendamos del Señor a mirar el interior, a descubrir cada sentimiento y no juzgar. Hagamos que lo esencial sea aquello invisible a los ojos, justo como el Señor cada día nos enseña.