“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en toda tribulación nuestra, para que nosotros podamos consolar a los que están en cualquier aflicción con el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios.”

2 Corintios 1:3-4

Conviviendo con la soledad


Mi madre finalmente tenía la casa toda para ella, pero comenzó a sentirse muy mal por eso. Era la primera vez que podía cocinar a la hora que ella quisiera, hacer sus actividades sin interrupciones, ocuparse tranquila de su jardín, pero algo la angustiaba. Mi padre había fallecido hace ya algún tiempo, y cada uno de nosotros había emprendido ya sus vidas de adultos. No había adolescentes pegando gritos en el hogar, ni cenas compartidas, era ella y su soledad. Había pasado su vida entera ocupándose de otros que ahora no lograba hacerse cargo de sí misma y comenzó a deprimirse mucho.

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En los procesos de duelo y de “nido vacío”, tiempo que hace alusión a la ida de los hijos del hogar, los adultos pueden tomar el camino de la desesperanza o comprender que son parte de una comunidad y que no se encuentran verdaderamente solos. Se les presenta en ese caso una verdadera oportunidad de conectar consigo mismos, de brindarse regocijo en la gracia de Dios. Deberán comprender que siempre estarán unidos a Nuestro Padre Celestial, y Él les dará consuelo y los acompañará. El hogar será un buen lugar para el descanso y la reflexión mediante la oración diaria; fuera de él podrán realizar actividades que los motiven y los pongan en contacto con la comunidad de la que forman parte.