Con frecuencia he oído a muchos que aún descreen de la existencia del Señor preguntarnos cómo es que creemos en Él si nunca no hemos visto ni oído. Lo cierto es que sí lo he visto y oído. Ví cómo se aman mis hermanos, como son solidarios los unos con los otros y se ayudan permanentemente. Vi como la justicia obra a favor de aquellos que son devotos y fieles cristianos, y que viven en el ejemplo de Dios. También, pude ver como me he levantado gracias a su profundo amor y compañía, porque mi Dios siempre estuvo allí cuando más lo necesitaba.
Tuve la oportunidad de oír su Palabra en cada misa, y de conversar con Él en mis reflexiones diarias. Escuché su consejo en mis horas más oscuras, cuando lo daba todo por perdido y sentía que de ninguna manera podría seguir adelante. Interpreté su llamado cada vez que me convocó, para congraciarse por mis logros y reprenderme en mis fallas como cristiano. Me entregué a su designio y comprendí que cada paso en mi camino estaba dibujado bajo su lienzo. Cada vez que me demandó obediencia, allí estaba a disposición para servirle, y demostrar que merecía su bendición.