“El señor prueba al justo y al impío, y su alma aborrece al que ama la violencia.”

Salmos 11:5

Mirando para otro lado


Estaba volviendo de visitar a mis padres cuando comencé a caminar detrás de una pareja. Ellos venían conversando y él lo hacía en un tono cada vez más elevado. Pude ver como le arrebataba de las manos su celular, y ella simplemente tenía la cabeza baja, con hombros encogidos y no contestaba nada. Empecé a acercarme un poco más, ya preocupada por la situación, no sólo él se encontraba a los gritos sino que ya había comenzado a insultarla.

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Con algo de miedo por la posible reacción del hombre, me acerqué y lo detuve. Le dije que no podía maltratar a esa mujer, que no merecía esos tratos. Lo curioso es que había gente a nuestro alrededor (y mucha) y ninguno de ellos advirtió que debía intervenir antes esa situación de violencia. Él, después de haberme insultado, se retiró de la escena algo molesto y casi corriendo. Me quedé conversando con ella, me dijo que su reacción había sido por celos, pero que ella creía que debía permanecer con él porque él estaba “enfermo” y debía de alguna forma sanarlo. Traté de explicarle que esa forma de amor no era una buena para ella, y creo que después de debatirlo unos minutos ella lo comprendió. Realmente tenemos que tomar acción cuando el otro se encuentra en peligro, porque con una intervención a tiempo podemos ayudarlo, y quizás, hasta salvar su vida.