¡Descarga la app!

Accede a más contenido como este.

“Mas el fin de todas las cosas se acerca: sed pues templados, y velad en oración. Y sobre todo, tened entre vosotros ferviente caridad, porque la caridad cubrirá multitud de pecados. Hospedaos los unos á los otros sin murmuraciones. Cada uno según el don que ha recibido, adminístrelo á los otros, como buenos dispensadores de las diferentes gracias de Dios. Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios, si alguno ministra, ministre conforme á la virtud que Dios suministra: para que en todas cosas sea Dios glorificado por Jesucristo, al cual es gloria e imperio para siempre jamás.”

1 Pedro 4:7-11

La Sudestada


El río había desbordado y sólo podía ver desde el techo de nuestra casa como flotaban algunas de nuestras cosas en el agua. Nunca había estado tan desesperado y enojado a la misma vez. Miraba a mi mujer con total desconsuelo, casi sin entender lo que estaba sucediendo. La naturaleza nos había dado una lección y no podía comprender como Nuestro Padre nos estaba poniendo a merced de ella. Blasfemaba al cielo con total indignación, así también lo hacían algunos de mis vecinos en la misma situación que nosotros.

Publicidad

Pero pronto llegó la ayuda, nuestro pueblo es solidario y esa catástrofe lo iba a demostrar. Llegaron los pequeños barcos que nos recogían de nuestros hogares, casi tapados por completo por el agua. La solidaridad de nuestros hermanos nos había traído de vuelta a la fe y poco a poco pudimos rearmarnos. Nos habían brindado cobijo cuando más lo necesitábamos y nos ayudamos los unos a los otros para poder volver a casa cuando finalmente bajó el agua. Fue difícil, lo habíamos perdido todo, pero aún teníamos a nuestros hermanos. Gente que quizás no había visto nunca pero que no dudó un segundo en venir a socorrernos. Esa es la hermandad que pudo con la desesperanza y la falta de fe, porque muchos nos habíamos perdido en el enojo y sin embargo, fuimos apremiados con un pueblo unido, en la fe de Cristo Nuestro Señor.