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“Pero a medianoche se oyó un clamor: ¿Aquí está el novio! Salid a recibirlo.”

Mateo 25:6

Nuestro encuentro


Teníamos una pequeña granja en el campo, mi padre la habían heredado de sus padres y había labrado las tierras desde pequeño. Cuando se casó con mi madre, decidieron que ese sería su lugar. Con mi hermano crecimos felices, nos educaron en casa y pudimos aprender el oficio siendo jóvenes. Juan era el hijo de nuestros vecinos de campo, un chico con el que compartíamos las tareas escolares y también las labores para ayudar a nuestros padres.

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Pero los tiempos se volvieron difíciles, mis padres ya no podían sostener el negocio y decidieron mudarse. Yo estaba devastada y realmente enojada con ellos, no quería separarme de mis amigos y empezar de nuevo en un lugar desconocido. No vería más a Juan, ni a sus hermanas. No hablé con mis padres un largo tiempo, hasta que fui adulta y tuve mi propio lugar. Era una mujer soltera, no había encontrado todavía el amor. Mi hermana estaba de paso en la ciudad y decidimos compartir la cena en casa. Lo que no sabía era que Juan también estaba en la ciudad y mi hermano me tenía preparada una sorpresa: luego de cenar Juan apareció en la puerta. Desde ese momento, fuimos inseparables y formamos nuestra propia familia. Pedí perdón a mis padres, porque comprendí que Nuestro Señor siempre va a ser quien disponga de nuestros planes, y que todo tiene una razón divina.