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“El amor es paciente, es bondadoso; el amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante; no se porta indecorosamente; no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal {recibido}; no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.”

1 Corintios 13:4-7

Los celos que corrompen


Solía tener muchos celos de mi pareja, me intranquilizaba cuando compartía con amigos o cuando salía por unas horas sin avisarme a dónde iba. Comencé a dudar hasta de la gente de su trabajo, revisaba sus pertenencias para saber si me escondía algo, realmente estaba fuera de control. Las emociones negativas cada vez eran más fuertes, mi imaginación era muy potente y creía que en cualquier momento podría serme infiel.

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Poco a poco la relación se fue desgastando, mi pareja ya no se sentía cómoda con lo que estaba sucediendo y me recomendó que pidiese ayuda. Mi pensamiento irracional y fantasioso me había llevado a alejar a mi amor. Pronto comencé a reflexionar por las noches, en soledad, conversaba con Dios sobre las causas de mis pensamientos. Creía que no merecía lo que tenía, me desvalorizaba y eso me generaba mucha inseguridad. Trabajé día y noche sobre mi amor propio, para poder vincularme de otra forma con mis futuras parejas. Abrí mi corazón a la fe y empecé a sanar y a aceptarme, luego volvió a llegar el amor y fue de lo más sano. Comprendiendo que no tenía que poseer al otro, sino que debía amar en forma libre y sincera.