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“El impío, en la altivez de su rostro, no busca a Dios.Todo su pensamiento es: No hay Dios”.

Salmos 10:4

La terquedad que enceguece


Juan era un hombre obstinado por naturaleza, creía que nadie podría enseñarle nada nuevo o hacerle cambiar de parecer. Era muy difícil trabajar con él porque claramente “él se las sabía todas”. Era pedante y egoísta con sus conocimientos. Rara vez compartía una reunión de equipo y dejaba que otro compañero tomara la posta. Hasta que un día necesitó de mí. Su nieta le había regalado un nuevo dispositivo electrónico y él no conocía su funcionamiento. Para mí fue muy fácil explicárselo, pero noté que él estaba muy avergonzado de tener que pedir ayuda. Sentí compasión por un momento, y pensé: “¿cómo es que no puede pedir ayuda y respetar las enseñanzas del prójimo?”.

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No somos seres omnipotentes y vinimos a este Mundo a aprender y a convivir con nuestros hermanos. Siempre es bueno pedir ayuda cuando no comprendemos algo, el entendimiento entre hermanos será aún mayor. La solidaridad debe ser nuestro mayor valor, así lo quiso Dios Padre y debemos respetar su voluntad. De nada nos sirve quedarnos con una sola versión, o recluirnos en nuestra única experiencia sobre la realidad que nos circunda. Tener en cuenta las opiniones de nuestros hermanos nos hará más sabios y tolerantes, y nos ayudará a tener otra perspectiva sobre sucesos o situaciones en las que no tengamos la claridad suficiente para resolver.