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Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo.

Juan 1:9

Las bendiciones universales de Cristo


La gracia de Cristo no se limita a unos pocos. El mensaje de misericordia y perdón traído del cielo por Cristo había de ser oído por todos. Nuestro Salvador dice: “Yo soy la luz del mundo”. Juan 8:12. Sus bendiciones son universales y llegan a todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos. Cristo vino para derribar toda muralla de separación.

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Mediante diversos conductos los mensajeros celestiales están en activa comunicación con las diversas partes del mundo; y cuando


el hombre clama al Señor de verdad y con fervor, Dios se muestra como quien se inclina desde su trono en las alturas. Escucha todo


clamor y responde: “Heme aquí”. Levanta al afligido y oprimido. Confiere sus bendiciones sobre buenos y malos.


En cada precepto que enseñó Cristo, estaba exponiendo su propia vida. La santa ley de Dios fue magnificada en este representante


viviente. Era el Revelador de la mente infinita.


No presentó sentimientos u opiniones vacilantes, sino verdaderas puras y santas.


Conocer a Dios es el conocimiento más admirable que pueda alcanzar el hombre. Hay mucha sabiduría en los mundanos; pero


con toda sabiduría, no contemplan la belleza y majestad, la justicia y sabiduría, la bondad y santidad del Creador de todos los mundos. El Señor camina entre los hombres mediante sus providencias, pero sus pasos majestuosos no se oyen, su presencia no se discierne, su mano no se reconoce. La obra de los discípulos de Cristo es brillar como luces, manifestando al mundo el carácter de


Dios.


Han de captar los crecientes rayos de luz de la Palabra de Dios y reflejarlos a los hombres entenebrecidos en la oscuridad de la


incomprensión de Dios. Los siervos de Cristo deben representar debidamente el carácter de Dios y de Cristo a los hombres.