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Cuando ejercemos el acto de reparar y perdonar, nos estamos comprometiendo con los valores profundos de la Gracia del Señor.
Perdonar es una instancia de superación autentica en la Gloria de Dios. Este cambio de actitud, ante relaciones deterioradas o rotas, es fundamental para acercarnos y conocer mejor a nuestro Padre Celestial.
"Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; Mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas”. Mateo 6:14-15
El mundo moderno con el cual debemos lidiar cada día, se presenta cada vez más hostil, conformando una sociedad narcisista, individualista e intolerable. Estas sensaciones influyen, sin que lo notemos, en nuestro carácter. Podemos vernos absorbidos o envueltos en tramas superficiales que nos alejan de los propósitos que El Señor nos ha encomendado desde Su Amor Absoluto.
Esta enajenación social no hace más que sacarnos la Paz de Espíritu que necesitamos para afrontar todos los desafíos que se nos presentan y nos sumen en un estado de insatisfacción y enojo permanente que deriva, indefectiblemente, en la confrontación con el otro.
Sin embargo, nunca es tarde para reconocer nuestros errores y los que han cometido con nosotros. No debemos permitir, bajo ningún punto de vista, que la falta de Perdón llene nuestras vidas tristeza, amargura y falta de gozo en Dios.
“¡Restáuranos, Dios nuestro! ¡Haz resplandecer tu rostro, y seremos salvados!”. Salmos 80:3
Es importante comprender en este contexto, que la vida es un equilibrio entre buenos y malos momentos. Experimentaremos instancias de regocijo y dicha, pero también nos encontraremos soportando acciones injustas para con nosotros, nos sentiremos decepcionados, heridos, desilusionados.
Así como agradecemos las Bendiciones diarias que nos regala El Señor, también, en tiempos de tormenta, debemos acercarnos a Su Gracia y pedir de corazón que restaure nuestro interior.
No dejemos que las dudas se apoderen de nosotros ni tengamos temor. Seamos determinados y comprometidos al buscar a nuestro Padre Celestial. Dios es el pastor de nuestros Espíritus, nadie mejor que Él para cuidarnos y mostrarnos el camino.
“Tú volverás a tener misericordia de nosotros, sepultarás nuestras iniquidades, y arrojarás al mar profundo todos nuestros pecados”. Miqueas 7:19
El acto de Reparar exige de nosotros un alto grado de coraje valentía. Cuando perdonamos estamos decidiendo disculpar cualquier ofensa recibida a la vez que desestimamos cualquier sentimiento de revancha. Debemos dejar de lado los rencores y el orgullo, recordando siempre las enseñanzas de nuestro padre Protector y erradicar el sentimiento de pagar mal con mal, deseando el Bien a aquellos que nos afectaron y orar por su bienestar.
La Palabra de Dios nos llama a la Reconciliación Permanente. Tengamos en cuenta dos aspectos fundamentales que no podemos perder de vista. Uno, es la convicción de que en el acto de Reparar, asumimos la protección con la que El Señor nos Bendice para que entre Él y nosotros no existan barreras.
La segunda, y probablemente la más importante, es reconocer que nosotros también necesitamos ser perdonados.
“Ya he visto el camino que siguen, pero a pesar de eso los sanaré y los consolaré; a ellos y a los que lloran los dirigiré”. Isaías 57:18
Cuando nuestro corazón se libera de sentimientos negativos que nos impiden llegar a Cristo, liberamos en nuestro interior la capacidad de reparar y se restaura la Paz con la que nos Bendice El Señor.
Ante todo debemos comprender que El Eterno es nuestro Guía en todo momento. Reconocerlo al mando de nuestras vidas es reconocer Su Perfecta Sabiduría para evolucionar en los propósitos que Él ha designado para cada uno de nosotros.