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“No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.” Filipenses 4:6-7
Hay momentos que pareciera que nada parece darnos paz. Ni fuera ni dentro de nosotros. En estos instantes es posible que nos quedemos con un vacío por dentro que sólo Dios puede llenar. Y ya que Él no pasa a nuestros corazones si no lo invitamos, tenemos que pedirle que entre por medio de la oración.
“Pero tú, cuando te pongas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto. Así tu Padre, que ve lo que se hace en secreto, te recompensará.” Mateo 6:6
Sin una vida de oración activa, perdemos fuerza de carácter y nos volvemos fácil presa del temor al qué dirán, de la ambición y del afán por complacer a los demás. Sin oración, el roce constante con la gente alrededor nuestro y con sus opiniones va inundando nuestra vida interior poco a poco, hasta que la ahogan por completo.
“No me escogieron ustedes a mí, sino que yo los escogí a ustedes y los comisioné para que vayan y den fruto, un fruto que perdure. Así el Padre les dará todo lo que le pidan en mi nombre.” Juan 15:16
Nos creemos dueños de nuestras vidas, pero en realidad ya no somos capaces de pensar—y mucho menos orar—por nosotros mismos. Una vez que perdemos nuestra relación con Dios, la vida consiste meramente en continuos ajustes a las diversas exigencias sociales e influencias colectivas.
“¿Está enfermo alguno de ustedes? Haga llamar a los ancianos de la iglesia para que oren por él y lo unjan con aceite en el nombre del Señor. La oración de fe sanará al enfermo y el Señor lo levantará. Y si ha pecado, su pecado se le perdonará.” Santiago 5:14-15
La oración es la mejor defensa contra los ataques del mundo exterior; es como una protección alrededor de la quieta llama que arde en el corazón. Y lo que es más: orar es disciplina que es decisiva en ayudarnos a mantener un sentido de paz y orden en nuestra vida. Tanto, que la oración o su ausencia, más que ninguna otra cosa, pueden decidir el resultado final del día.
“Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos, atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está contra los que hacen el mal.” 1 Pedro 3:12
Cuando juntamos las manos en oración iniciamos un levantamiento contra el desorden del mundo. Es por eso que entonces no debemos limitar nuestra vida espiritual a una sola esfera, y algo más que nuestros anhelos o propósitos han de constituir nuestras plegarias. Tal como la Fe sin obras es la muerte espiritual, orar sin obrar es hipocresía.
“Entonces Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados, y mirando al cielo, los bendijo. Luego los partió y se los dio a los discípulos para que se los repartieran a la gente. Todos comieron hasta quedar satisfechos, y de los pedazos que sobraron se recogieron doce canastas.” Lucas 9:16-17
Es esencial incluir a otros en nuestras oraciones. Entre los primeros creyentes, y a lo largo de la historia y de sus mártires, verificamos el mismo pensamiento; y aquel otro, más radical aún, que nos manda Jesús: de orar por los que nos persiguen, así como por aquellos que nos han hecho o hacen daño por vía de calumnias o cualquier otra ofensa.