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Mantener la esperanza nos permitirá atraer bendiciones y pensamientos positivos. Explora el siguiente artículo y comienza a sentir el amor del Señor en tu ser interior.
“Cuán bienaventurado es el hombre que no anda en el consejo de los impíos, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la silla de los escarnecedores, sino que en la ley del Señor está su deleite, y en su ley medita de día y de noche!” Salmos 1:1-2
Si logramos mantenernos con la esperanza encendida, la llama de nuestro por el Padre Celestial, nos ayudará a permanecer arraigados en Cristo.
El amor de Dios, al igual que cualquier relación significativa, requiere ser cultivado para conservar su vitalidad. Por tanto, para mantenernos inquebrantables en el Señor, debemos nutrir nuestro amor por Él, quien no solo es nuestro Redentor, sino también nuestro vínculo directo con el Padre celestial.
El propósito de la venida de Cristo al mundo fue convertirse en nuestra principal fuente de motivación para mantenernos firmes en el Señor. Jesucristo representa el legado supremo y el más grande don de Dios para la humanidad.
Sin embargo, nuestra responsabilidad reside en aferrarnos a Su amor, dedicando nuestra existencia a Él, tomando Su poderosa mano y siendo fieles a Su Palabra.
“Porque yo lo he escogido para que mande a sus hijos y a su casa después de él que guarden el camino del Señor, haciendo justicia y juicio, para que el Señor cumpla en Abraham todo lo que El ha dicho acerca de él.” Génesis 18:19
Dentro del contexto del amor verdadero, la fidelidad es un pilar fundamental e imprescindible. No se trata simplemente de mantenerse fiel en una relación de pareja, ya que el amor que profesamos hacia Cristo trasciende cualquier otro vínculo terrenal.
Por ende, es imperativo que permanezcamos arraigados en el Señor y le seamos leales, entregándonos por completo a Él y difundiendo Su palabra por todo el mundo.
“Y ahora, Israel, ¿qué requiere de ti el Señor tu Dios, sino que temas al Señor tu Dios, que andes en todos sus caminos, que le ames y que sirvas al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, y que guardes los mandamientos del Señor y sus estatutos que yo te ordeno hoy para tu bien?” Deuteronomio 10:12-13
A menudo, aspiramos a vivir como auténticos hijos de Dios y anhelamos una vida espiritual plena y enriquecedora. Sin embargo, nos resistimos a apartar la mirada de las tentaciones y distracciones que el mundo nos ofrece, seduciéndonos con su efímera belleza. Nos aferramos a las cosas terrenales mientras Dios nos insta a ser fieles y entregarnos por completo a Él.
El amor hacia uno mismo es un concepto que, lejos de ser asociado con el egoísmo, representa uno de los mandamientos de Dios.
Tiene un propósito doble y claro: por un lado, nos brinda un escudo para defendernos de las injusticias y agresiones, tanto verbales como físicas, provenientes de aquellos que aún no han comprendido el amor; por otro lado, nos capacita para amar incondicionalmente a nuestros seres queridos y al prójimo en general.
“Pero Él sabe el camino que tomo; cuando me haya probado, saldré como el oro. Mi pie ha seguido firme en su senda, su camino he guardado y no me he desviado. Del mandamiento de sus labios no me he apartado, he atesorado las palabras de su boca más que mi comida.” Job 23:10-12
En múltiples ocasiones, hemos escuchado en diversos ámbitos de nuestra vida consejos que instan a las personas a amarse a sí mismas. Este consejo, en apariencia noble, busca crear una conciencia sobre la importancia de nuestro propio valor. Nos alerta sobre la necesidad de no descuidar nuestra autoestima, especialmente cuando tendemos a preocuparnos más por el bienestar de los demás que por el nuestro.
Como hijos de Dios, tenemos el llamado de valorar y agradecer por la doble obra que Él ha realizado en nosotros. Esta obra se refleja en nuestra creación a Su imagen y en nuestra redención a través del sacrificio supremo de Cristo.
Nuestra dignidad proviene de esta acción divina: fuimos creados a Su imagen y rescatados por Su amor incondicional. En gratitud hacia Dios, debemos amarnos a nosotros mismos de la misma manera en que Él nos ama.