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Cuando llegas a una nueva ciudad, preparas un viaje o simplemente quieres ir a un destino nuevo, ¿qué es lo que siempre utilizamos? Un mapa. Una herramienta que cobró relevancia en la prehistoria para recordar lugares de ubicación para poder ir de caza y sectores de recolección de agua. Hoy día tiene un valor instantáneo: nos relaja o calma, ya que nos da guía. Nos ayuda y nos permite llegar a destino, ordena nuestro itinerario diario y nos permite organizar la ruta a tomar.
Muchas veces podremos tomar decisiones sin mapa. Podremos perdernos por las calles de una nueva locación a la que nos acabamos de mudar o del país al que arribamos recientemente. Simplemente por el hecho de divertirnos y de este modo poder conocer más en profundidad ese nuevo lugar. Un día pude entender que la Fe es un mapa de nuestras vidas. Podemos avanzar durante nuestro desarrollo sin su guía. Podemos perdernos y divertirnos cuando esto sucede. Pero si queremos realmente llegar a destino, a ese lugar que llamamos “casa” o queremos relacionarnos con el Espíritu Santo de un modo más profundo, no nos queda más remedio que profundizar nuestro camino por medio del mapa de la Fe. “Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu.” 2 Corintios 3:18
Cuántas veces hemos escuchado “no quiero caer en la rutina o en lo cotidiano”. No toda rutina resulta tediosa ni pesada, cuando pensamos por ejemplo en la rutina de desayunar junto a nuestros hijos. La rutina de poder salir a pasear con nuestros seres queridos. Pensemos del mismo modo en la rutina de acercarnos a nuestro Señor por medio de la oración. Orar por la mañana, por la noche o cuando lo necesitemos, nos permite dibujar una conexión directa hacia nuestro Padre. Cuidando de nuestros ojos para que no se desvíen en la tentación, confiriendo paz a nuestros corazones, Él nos guiará por los senderos borrascosos de las dificultades y estímulos que se nos presenten en lo cotidiano. Tendremos que demostrarle toda nuestra apertura espiritual, mental y emocional hacia su voluntad, su carácter y todo su poder. De eso se trata en parte el deseo de seguir un camino de luz hacia Jesús. Si realmente nos atrevemos a descubrirlo, a sumergirnos en las profundidades de nuestro corazón, para amarlo y obedecer su manifiesto, entonces encontraremos un lugar de alivio y confianza al lado de nuestro Señor.
Hoy podemos tomar dicha decisión. De dar un giro en nuestro rumbo actual. Jesús es el único camino posible, ya que es el puente que une y nos conduce al verdadero refugio, a nuestro Dios, el Padre Celestial. “Aunque el Señor os ha dado pan de escasez y agua de opresión, tu Maestro no se esconderá más, sino que tus ojos contemplarán a tu Maestro. Tus oídos oirán detrás de ti una palabra: Este es el camino, andad en él, ya sea que vayáis a la derecha o a la izquierda.” Isaías 30:20-21
No perdamos nunca nuestra capacidad de asombrarnos ante la bondad y la fuerza de Jesús. Como niños que conocen por primera vez el mar, sus reacciones y el reflejo de sus ojos nos enseñan que ese primer recuerdo no se borrará jamás de sus mentes. Sucederá lo mismo al encomendar nuestra Fe en el Señor. "Confía en el Señor de todo corazón, y no en tu propia inteleigencia.
Reconócelo en todos tus caminos, y él allanará tus sendas." Proverbios 3:5-6