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Si nos ponemos a pensar nos resultará muy sencillo poder enumerar un grupo de personas a las que les guardamos rencor, odio o simplemente las tildamos de enemigas. No importa el lugar o quién sea. Podemos encontrarnos dentro del contexto familiar, laboral o de formación académica donde rápidamente aparecerán nombres y rostros a los que nuestros pensamientos dirigen únicamente malos presagios. Esa sensación, esa emoción negativa, se encuentra en nuestras mentes. Dependerá del tiempo y de la energía que utilicemos para mantenerla fija allí, forjando insatisfacción. Este rencor se sentirá cada vez más pesado en nuestro ser, llegando a no poder vivir en paz.
Probablemente ahora estarás pensando que todo ese listado de personas a las que mencionamos están allí por algún motivo, ¿verdad? Nos hirieron, nos propiciaron algún tipo de trato desigual o sentimos una traición personal. Estas acciones fueron realizadas con una intención concreta (dirigidas hacia nuestra persona). En otras ocasiones simplemente de modo no intencional. “Mirad bien de que nadie deje de alcanzar la gracia de Dios; de que ninguna raíz de amargura, brotando, cause dificultades y por ella muchos sean contaminados.” Hebreos 12:15
Es el momento de detenernos a reflexionar y determinar que estos sentimientos perjudican nuestro acercamiento al perdón, dando como resultado un alejamiento de la Fe. Este primer paso requiere de una apertura desde nuestros corazones. Empezando a visualizar al Espíritu Santo por medio de la oración, podremos entablar un diálogo con Dios y comprender los motivos verdaderos por los cuales nos plantamos de ese modo ante este hermano o hermana. Destrabar dichas emociones será percibido como una bendición. Posicionar nuestra mirada por medio de los ojos de Dios, en lugar de atravesarlos por un filtro emocional negativo. Si no logramos dar el perdón, jamás podremos ser perdonados. “…perdonad, si tenéis algo contra alguien, para que también vuestro Padre que está en los Cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas…” Marcos 11:25b
Al nacer Dios depositó en nosotros una Fe inmensa en lo más profundo de nuestros corazones. Esa semilla fue cultivada desde un principio para que crezca y se desarrolle en todo nuestro ser. La Fe se alimenta de nuestra creencia en el Ser Celestial, no de emociones o sentimientos. La Fe se encuentra enraizada en el Espíritu Santo y por este motivo, Nuestro Salvador nos bendice con iluminación en nuestra vida, al momento de perdonar a quien nos hiere. Nosotros debemos ir aumentando la Fe a medida que nos topemos con dichos desafíos, ya que será nuestra única contención para no volver a resentirnos.
Si podemos tomar la decisión de decir “te perdono”, estaremos sanando en nuestro interior. La persona a la que perdonemos sentirá misericordia y una liberación divina, cuando el Señor restituya la paz entre nuestro vínculo de luz.
Es Jesús quién te amará por siempre. Es nuestro Señor quien nos perdona y nos comprende. Él es el único que te cuida y te abraza en esos momentos de desesperación. Te propicia ánimo y te empuja para seguir adelante. Transformando y limpiando nuestros corazones. “Pero si tenéis celos amargos y ambición personal en vuestro corazón, no seáis arrogantes y así mintáis contra la verdad. Esta sabiduría no es la que viene de lo alto, sino que es terrenal, natural, diabólica.” Santiago 3:14-15