Accede a más contenido como este.
¿Cuántas veces nos detenemos a meditar las consecuencias de nuestras acciones en el día a día? Reflexiona con estos versículos y encuentra la manera de sentirte en equilibrio.
“Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos, Y es hermosa la heredad que me ha tocado. Bendeciré á Dios que me aconseja: Aun en las noches me enseñan mis riñones.” Salmos 16:6-7
Transitar por nuestras vidas solo pensando en nuestras necesidades como personas nos convertirá en seres individualistas y poco empáticos con nuestro entorno. Para poder conectarnos profundamente con el amor que radica en nuestro corazón debemos abrirnos de un modo único, como lo hizo Jesús para con todos sus hijos e hijas.
La vida no es un camino fácil, pero sí una aventura llena de oportunidades para crecer y aprender. Cada dificultad, cada obstáculo, es una oportunidad para fortalecer nuestra fe y desarrollar nuestra capacidad de resiliencia. No debemos desanimarnos ante las pruebas, sino enfrentarlas con valentía y confianza en la protección divina. Recordemos que las tormentas son pasajeras y que la luz del sol siempre vuelve a brillar.
"En muchos aspectos de lo cotidiano, pareciera que en el otro no vemos a un hermano o una hermana. No sentimos necesario cuestionar si ese gesto, o la frase con la que finalizamos una conversación, puede herir a esa persona que está frente a nosotros. Nunca debemos olvidar que “…el éxito radica en la acción sabia y bien ejecutada.” Eclesiastés 10:8-10
Al seguir las enseñanzas de Jesús y abrirnos a la guía del Espíritu Santo, podemos conectar con nuestro corazón, esa fuente inagotable de amor y compasión. La fe nos permite discernir el camino correcto, tomar decisiones que nos acercan a Dios y vivir en armonía con nosotros mismos y con el mundo que nos rodea. En el silencio interior, en la meditación y la oración, podemos escuchar la voz de Dios que nos habla y nos guía hacia la plenitud.
El vacío que muchas veces experimentamos en nuestro interior no es más que la ausencia del amor de Dios en nuestras vidas. Solo Él puede colmarnos con su amor infinito, transformarnos por completo y darnos la paz y la felicidad que tanto anhelamos. Buscar a Dios en primer lugar, por encima de cualquier otra cosa, es la clave para alcanzar la verdadera plenitud.
“¿Está enfermo alguno de ustedes? Haga llamar a los ancianos de la iglesia para que oren por él y lo unjan con aceite en el nombre del Señor. La oración de fe sanará al enfermo y el Señor lo levantará. Y, si ha pecado, su pecado se le perdonará." Santiago 5:14-15
Alejarse de los principios divinos y vivir una vida alejada de Dios puede generar un vacío profundo en el corazón del creyente. La idolatría, en cualquiera de sus formas, ya sea materialismo, fama, poder o cualquier otra cosa que ocupe el lugar de Dios en nuestras vidas, nos aleja de la verdadera felicidad y nos priva de la gracia divina.
Alcanzar la plenitud no es un destino final, sino un viaje constante de aprendizaje y crecimiento. Es un proceso de transformación personal que implica abrir nuestro corazón a Dios, renunciar a nuestro ego y seguir sus enseñanzas con amor y entrega. En este camino, encontraremos momentos de alegría y paz, pero también de dificultad y prueba. Lo importante es mantener la fe, perseverar en la oración y buscar siempre la guía del Espíritu Santo.
“Se multiplicaron los dolores de aquellos que sirven diligentes á otro dios: No ofreceré yo sus libaciones de sangre, Ni en mis labios tomaré sus nombres. Dios es la porción de mi parte y de mi copa; Tú sustentarás mi suerte.” Salmos 16:4-5
Cultivar la empatía, desarrollar la compasión, compartir el amor de Dios, fortalecer la fe y vivir con agradecimiento son solo algunas de las acciones que podemos tomar para cultivar la plenitud en la vida diaria.
No obstante, una persona creyente puede sentirse vacía. A veces es el resultado de la desobediencia; un ligero desvío en nuestro caminar con el Señor puede convertirse después en un estilo de vida. También es posible que un creyente viva conforme a la Palabra de Dios, pero no haya rendido totalmente sus deseos a Dios.
Por ejemplo, muchos hijos e hijas de Dios tratan de llenar su vacío con riquezas, éxitos o relaciones, pero cuando a esos deseos se les da mayor prioridad que al Señor, se convierten en una forma de idolatría. Solamente cuando buscamos a Dios por encima de todo lo demás, podemos vivir en plenitud.
Oremos entonces pidiendo que Él nos dé su dirección para escuchar nuestro corazón. Es nuestro deber confesarle cualquier pecado o idolatría, y pedirle que llene nuestra vida como solo Él puede hacerlo.
Recuerda: el camino hacia la plenitud es un viaje personal que cada uno debe recorrer a su propio ritmo. No hay una fórmula mágica ni un camino único para alcanzarla. Lo importante es tener la disposición de abrir nuestro corazón a Dios, seguir sus enseñanzas con amor y entrega, y perseverar en la búsqueda de la verdad y el bien.