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Simplemente debes confiar y seguir el camino del Espíritu Santo. Encuentra en el siguiente artículo una guía para tu ser espiritual.
“He aquí, Dios es el que me ayuda; el Señor es el que sostiene mi alma”. Salmos 54:4
En la vorágine de la vida moderna, donde las responsabilidades y las exigencias nos abruman, es fácil sucumbir a la ilusión del control. Creemos que somos dueños de nuestro destino, que nuestras acciones determinan por completo el curso de nuestras vidas.
Sin embargo, esta creencia es tan solo un espejismo que nos aleja del verdadero camino de la fe. Olvidamos que Dios es el arquitecto de nuestra existencia, el tejedor de nuestros sueños y el guía de nuestros pasos.
Cuando alcanzamos metas, grandes o pequeñas, ya sea un ascenso laboral, un título universitario o un triunfo personal, nos invade una sensación de satisfacción y orgullo. Sin embargo, esta sensación puede ser engañosa si no reconocemos la mano de Dios en nuestros logros.
"Oh Dios, ¡pon en mí un corazón limpio!, ¡dame un espíritu nuevo y fiel!" Salmos 51:10
Es Él quien nos otorga el talento, la perseverancia y las oportunidades necesarias para alcanzar nuestras metas. Sin Su gracia y Su misericordia, nuestros esfuerzos serían en vano. Sin embargo, en ocasiones, caemos en la trampa de la ilusión del control. Nos atribuimos todo el mérito por nuestros logros, olvidando la intervención divina en nuestras vidas. Esta arrogancia nos aleja de la humildad y del agradecimiento, nublando nuestra visión de la realidad.
Es importante reconocer que la ilusión del control es una ilusión, una falsa creencia que nos aleja de la verdad. Nos hace creer que somos independientes de Dios, que somos los únicos responsables de nuestro éxito.
Esta creencia nos lleva a cometer graves errores. Podemos comenzar a sentirnos superiores a los demás, despreciando el aporte de quienes nos rodean y negando la necesidad de ayuda tanto del Señor como de otros.
“No que seamos suficientes de nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra suficiencia es de Dios”. 2 Corintios 3:5
Es fundamental recordar que nadie alcanza el éxito solo. Detrás de cada logro hay una red de apoyo, compuesta por familiares, amigos, mentores y, por supuesto, Dios. Cuando perdemos la capacidad de reconocer y agradecer la ayuda que recibimos, nos alejamos del amor y la gracia del Señor.
La ilusión del control nos transforma en seres egocéntricos, incapaces de ver más allá de nuestros propios logros. Nos impide reconocer las bendiciones que Dios nos otorga a diario y nos lleva a creer que somos merecedores de todo lo bueno que nos sucede.
Para evitar caer en esta trampa, debemos cultivar la humildad y el agradecimiento. Recordemos que todos nuestros logros son producto del amor y la gracia de Dios, quien nos ha dado la vida, el talento y las oportunidades para alcanzar nuestras metas.
“Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo”. 2 Corintios 12:9
Si hemos alcanzado nuestras metas, es porque Dios así lo ha dispuesto y porque ha utilizado a las personas que nos rodean para impulsarnos hacia el futuro.
Pidamos a nuestro Padre Celestial que nos libre de la soberbia y el altivez, que mantenga viva en nosotros la humildad y el don de agradecimiento, y que nos guíe siempre por el camino del bien.
Recordemos que Dios está presente en cada paso que damos, y que Su amor y gracia nos acompañan en todo momento. Confiemos en Él y agradezcamos las bendiciones que nos otorga, reconociendo que nuestros logros son fruto de Su infinita bondad.