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Esta oración nos recuerda lo importante que es la constancia de la fe.
Poder creer que nuestro Padre Celestial siempre tendrá la respuesta adecuada para curar nuestras heridas. Para darnos Paz en los momentos en que la calma guía las respuestas necesarias.
Estos versos son un escudo para repeler las fuerzas que nos tientan y desvían del camino del Espíritu Santo. Unamos nuestras voces en una oración colectiva.
Recemos el Salmo veintitrés:
El Señor es mi pastor, nada me falta.
En verdes praderas me hace reposar
me conduce junto a aguas tranquilas;
me hace descansar el alma.
Me guía por sendas rectas por amor a su nombre.
Aunque camine por el valle
de la sombra de la muerte,
no temo ningún mal;
porque tú estás conmigo;
tu vara y tu cayado me consuelan.
Preparas una mesa ante mí
en presencia de mis enemigos
unges mi cabeza con aceite
mi copa rebosa.
Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán
todos los días de mi vida
y habitaré en la casa del Señor
para siempre.