Dejo de ser condescendiente

Dejo de ser condescendiente

Publicado hace 1 mes

Me retracto a mí misma como mujer

Hoy elijo un camino diferente, uno en el que ya no me someto a lo que no me hace bien. Me retracto de esa versión de mí misma que era condescendiente ante todos y todo, porque ahora comprendo que la verdadera fuerza viene de la mano de Dios. Él me salva, me cuida y me aleja de las personas y las situaciones que dañaron mi paz y aún intentan hacerlo.

Por mucho tiempo creí que ceder ante las expectativas y necesidades de los demás era un acto de amor. Pero, en el proceso, me olvidé de mí misma. La condescendencia me convirtió en un reflejo de lo que los otros querían, no de lo que Dios había planeado para mí. Hoy entiendo que amar no significa anularnos; amar incluye amarnos lo suficiente para establecer límites.

En mi nueva decisión de vida, reconozco que Dios me sostiene. Como dice el Salmo 34:18: “El Señor está cerca de los quebrantados de corazón; salva a los de espíritu abatido.” Esta promesa me da la seguridad de que, aunque me sienta débil o herida, Su presencia me guía hacia lo bueno y me protege de aquello que no es para mí.

Dejar de ser condescendiente no significa ser egoísta. Significa elegir con sabiduría las batallas que peleo, las relaciones que cultivo y los espacios que habito. Cuando permitimos que Dios tome el control, Él nos muestra lo que realmente necesitamos y nos aparta de lo que nos desvía de Su propósito.

Mis emociones están a salvo

Es liberador saber que mis emociones no dependen de las opiniones ni acciones de los demás, sino de la confianza en Dios. Él me da paz y me recuerda que el perdón, incluso hacia mí misma, es un acto de amor que libera.

Hoy me retracto de aquella mujer que callaba para no incomodar, que aceptaba lo que no merecía, y que buscaba validación en lugares equivocados. Ahora soy una mujer fuerte, guiada por la fe, y protegida por el amor divino.

Porque, como dice Isaías 41:10: “No temas, porque yo estoy contigo; no te desalientes, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con mi mano derecha victoriosa.”

Con esta seguridad, camino adelante, dejando el pasado atrás y abrazando la mujer que siempre debí ser: la que vive confiada en el amor de Dios.

La Fuerza de la Fe

Desde que he permitido que Dios guíe mis pasos, he aprendido a priorizar mi bienestar emocional. Ya no me siento obligada a complacer a los demás a expensas de mi propia felicidad. Este cambio ha sido liberador, ya que me ha permitido establecer límites saludables y reconocer que mi valor no depende de la aprobación externa. Dios me ha dado la fuerza para decir "no" cuando es necesario y para alejarme de lo que no me sirve.

Mi fe ha sido el pilar que me sostiene en este proceso de transformación. A través de la oración y la reflexión, he encontrado la claridad para identificar las relaciones y situaciones que no contribuyen a mi crecimiento personal. Dios me salva al proporcionarme la sabiduría para discernir lo que es verdaderamente importante y al alejarme de lo que me hace mal. Con cada paso que doy, siento su presencia guiándome hacia un futuro más brillante y lleno de propósito.

Emociones a Salvo

Cada día, me siento más conectada con mi ser interior y más en sintonía con el amor incondicional que Dios me brinda. Mis emociones están protegidas por su amor y su gracia, lo que me da la fuerza para enfrentar cualquier desafío con valentía y esperanza. Con él a mi lado, sé que nunca estoy sola y que siempre puedo encontrar consuelo en su presencia amorosa.

Mis emociones están a salvo. He aprendido a confiar en que Él tiene un plan para mí, uno que no incluye el sufrimiento innecesario ni la condescendencia. Este nuevo enfoque me ha permitido vivir con una autenticidad renovada, abrazando mi verdadera esencia sin miedo al juicio.

Al dejar de ser condescendiente, he encontrado una libertad que me permite ser la mujer que siempre quise ser, segura en la certeza de que Dios me protege y me guía.

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