Publicado hace 18 horas
En un mundo donde las voces parecen alzarse cada vez más alto para ser oídas, donde En un mundo donde la comunicación es clave, la habilidad de escuchar al prójimo se erige como una de las competencias más valiosas que podemos desarrollar, escuchar se ha convertido en un acto sagrado.
Escuchar verdaderamente al prójimo no solo es un gesto de cortesía, sino un acto de amor que puede sanar corazones heridos, fortalecer vínculos y traer luz donde hay oscuridad.
La escucha activa es un regalo que le ofrecemos a quien confía en nosotros sus pensamientos, sus temores o sus sueños. Cuando alguien se siente realmente escuchado, se siente también valorado, comprendido y acompañado. Es allí donde el alma encuentra alivio y el corazón encuentra paz.
No todos nacen con esta habilidad innata, pero es algo que se puede aprender y perfeccionar con el tiempo. La escucha activa implica prestar atención no solo a las palabras, sino también a los gestos, el tono de voz y las emociones subyacentes.
Saber escuchar es, sin duda, un don. Algunos nacen con esa sensibilidad innata; otros, deben aprender a cultivarla con paciencia y amor. No se trata simplemente de oír palabras, sino de conectar con el sentir del otro, de ponernos en su lugar, como si por un momento sus emociones fueran las nuestras.
La Biblia nos enseña en Santiago 1:19: "Mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse." Dios nos invita a ser lentos para reaccionar y rápidos para abrir el corazón a lo que el otro necesita decirnos.
Lamentablemente, existen quienes solo aparentan escuchar, pero su mente está distante o sus respuestas son automáticas. Esa falta de autenticidad genera angustia en quien necesita ser escuchado de verdad. Fingir atención es, en cierta forma, un rechazo silencioso que puede lastimar profundamente.
Sin embargo, no todo debe ser recibido por nuestros oídos y corazón. Hay palabras cargadas de negatividad, críticas destructivas o juicios infundados que no merecen espacio en nuestra mente ni en nuestro espíritu. En esos casos, hacer "oídos sordos" es un acto de amor propio, un escudo protector que nos permite seguir en paz.
No todas las voces merecen el mismo espacio en nuestra mente, especialmente aquellas que buscan herir o desestabilizar. Saber discernir cuándo escuchar y cuándo protegernos es igualmente importante. Este equilibrio nos permite mantener nuestra paz interior mientras seguimos siendo receptivos a las voces que realmente importan.
Como dice Proverbios 4:23: "Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida." Guardar nuestro corazón implica también saber elegir qué palabras dejamos entrar y cuáles dejamos pasar.
Dios nos escucha sin juzgarnos, sin apurarnos, sin distracciones. Nos escucha aún en nuestros silencios, aún cuando nuestras palabras están llenas de dolor o de dudas. Él no solo escucha nuestras voces, sino nuestras almas.
Escuchar como Dios escucha implica ser pacientes, compasivos, presentes. Implica mirar al otro con amor, aun cuando no entendamos del todo su dolor o su historia. Escuchar como Dios nos escucha es ofrecer un pedazo de cielo en medio de la tierra.
Así como Dios nos escucha sin cansancio ni condición, pidamos tener un corazón paciente y sabio para escuchar, y la fortaleza necesaria para filtrar aquello que no proviene de Su amor.
Hoy te invito a preguntarte: ¿Estoy escuchando de verdad a quienes me rodean? ¿Estoy siendo instrumento de consuelo, paz y amor? ¿Sé también proteger mi corazón de palabras que no suman? Que nuestro oído se abra a lo que vale la pena y nuestro corazón permanezca atento como el de nuestro Padre celestial.
"Señor amado, abre mis oídos para escuchar con amor, abre mi corazón para comprender sin juzgar, y dame sabiduría para distinguir qué palabras abrazar y cuáles dejar pasar. Enséñame a escuchar como Tú lo haces: con paciencia, con ternura y con verdad. Que pueda ser instrumento de consuelo para quienes necesitan ser oídos, y refugio de paz para los corazones cansados. Amén."
© 2025 SagradaPalabra.com