“Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo; cuando cruces los ríos, no te cubrirán sus aguas; cuando camines por el fuego, no te quemarás ni te abrasarán las llamas.”

Isaías 43:2

Dios nos observa


Solía ser una persona muy avara y poco solidaria, el egoísmo había hincado fuertemente en mí. No comprendía por qué debía cambiar, si todos a mi alrededor cuidaban de sus propias espaldas, si nadie se preocupaba por el otro o por ser mejores seres. El individualismo había tomado parte en nuestras comunidades, ya nadie se preocupaba por cómo hacía sentir a su hermano con las decisiones que tomaba, sino por cómo resguardarse a sí mismos. Cada vez hablábamos menos en familia, no teníamos espacios para la reflexión ni para agradecer nada de lo que nos había sido dado.

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Es fácil pensar que como “todos lo hacen así” yo mismo debo seguir con ese círculo. Luego de tener una extensa charla con uno de mis abuelos, comprendí que estaba errando. Que Dios Padre siempre nos observa, que sigue nuestros pasos y que debía mejorar como cristiano. El cambio fue radical, la solidaridad formaba parte de mi existencia y la escucha atenta a mis hermanos comenzó también a modificar sus propias actitudes. El efecto que tiene el amor de Cristo en nuestros corazones debe ser contagioso, y debe extenderse a todos aquellos que aún no lo han descubierto. Acercarlos a la fe cuando se encuentren alejados y desilusionados, será parte de nuestra tarea como hijos fieles. Mostrarles el camino de Dios, un sendero de tranquilidad y paz, en el que no existen los errores sino los aprendizajes.