Solemos negar ante nuestras narices algunas cosas por no poder dejarlas ir. Nos convencemos de que pronto esa persona nos tratará de otro modo, nos contemplará de forma distinta o que aún no ha recibido el llamado de su vocación como cristiana. Por no ser crueles o tomar distancia, quizás sostenemos vínculos con amistades o familiares que no pueden funcionar en ese momento. Lo cierto es que madurar tendrá desafíos y aciertos, pero debemos mantenernos alertas ante situaciones que no nos favorecen o relaciones con hermanos que puedan no estar en la misma sintonía que la nuestra.
Ser capaces de alejarnos de lo que nos hace daño también es una forma de preservarnos y ser buenos cristianos. No se trata de no querer al otro, o de no poder ayudarlo, simplemente a veces hay que priorizar el propio bienestar para poder traer de vuelta al camino de Dios a nuestro hermano. Cada uno de nosotros maneja tiempos diferentes para su encuentro con el Señor: los hay quienes lo conocen desde el primer día y sabes hacerlo parte de sus corazones, otros lo encuentran ya empezado el camino y también están los que llegan a Nuestro Padre Celestial para compartir sus plegarias ante rumbos inciertos. No debemos juzgar nunca los modos que tenemos como hermanos para forjar nuestro vínculo con Dios.