“Podrán desfallecer mi cuerpo y mi espíritu, pero Dios fortalece mi corazón; él es mi herencia eterna.”

Salmos 73:26

Herencia de Dios


Solía tener conversaciones con mi abuela sobre lo cansada que se encontraba físicamente. Su cuerpo ya no era el mismo de hace unos años atrás y estaba muy triste y desconsolada por no poder asistir a misa cada domingo. En la Iglesia no solo había encontrado la paz y la felicidad que tanto había añorado, sino que se había hecho de un grupo de amigos con los que compartía toda clase de charlas sobre la familia e inéditas recetas de cocina. Yo no podía visitarla a menudo porque las ocupaciones y la distancia no me lo permitían, pero cada vez que podía hacerlo, notaba cierta tristeza en sus ojos por no poder volver a la Casa de Dios.

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Pronto ella encontró una nueva forma de comunicarse con Nuestro Señor. Cada noche oraba por sus familiares y amigos, conversaba con Dios sobre sus anhelos y miedos, y esto se volvió una práctica inquebrantable. En uno de nuestros encuentros le mostré cómo podía contactarse con sus amigos mediante videollamadas y eso la alegró mucho. Mi abuela había vuelto a sonreír, y yo supe que con pequeñas acciones quizás podemos cambiar la realidad de nuestros seres queridos. Aprendí también a darle importancia a los sentimientos de los demás, aún eso signifique destinar mayor parte de mi propio tiempo.