Darnos por vencidos a veces suele ser el camino más fácil. Ante la frustración no no lograr lo cometido podemos caer en la tentación de abandonar eso por lo que tanto nos hemos esmerado. A nadie le gusta que sus planes se trunquen o tardar el doble para conseguir algo que deseamos. Pero el enojo por no tener éxito con eso que nos proponemos nos puede llenar de malestar y decepción. La tristeza puede formar parte de ese proceso y debemos darle lugar pero no debe paralizarnos. Si nos escondemos tras un intento fallido: ¿cómo podremos ser capaces de visualizar lo que está por venir?.
Dios siempre estará atento para guiarnos hacia lo que queremos. Nos acompañará aún en los momentos en los que no comprendamos muy bien qué debemos hacer para conseguirlo. El Señor será el que esté a nuestro lado mostrándonos las mejores cartas que debemos jugar en la partida de nuestro destino. Porque sólo Él conoce y es testigo de nuestro esfuerzo y perseverancia y nos brindará su apoyo en forma de ganancia divina. Aún así estemos molestos por los resultados que hemos obtenido, se trata de pequeños obstáculos que tendremos que afrontar para alcanzar un fin mayor, y hacerlo en compañía de Nuestro Padre será esclarecedor.