Vivimos postergando porque nos creemos infinitos: no tomamos el café que prometimos a un amigo, no asistimos a ese show al que nos invita nuestro compañero, no lloramos nuestras tristezas porque no tenemos tiempo. No nos “damos el lujo” de sufrir ni de tomarnos un momento para pensar lo que estamos haciendo, simplemente lo hacemos porque es lo que se espera de nosotros, porque debemos seguir y continuar con ese ciclo y ritmo que nos exigen. ¿Cuándo seremos capaces de notar que todos disponemos de un tiempo limitado en este Mundo?.
Cuando postergamos decisiones, elecciones o actividades no nos estamos haciendo cargo de nuestra propia voluntad y tampoco nos encontramos dispuestos a la gracia de Dios Padre. Desde el instante en que abrimos nuestros corazones a Él y nos aventuramos a su designio divino, nuestros planes volverán a su cauce. Siguiendo la sombra de lo que tendríamos que hacer sólo porque otros lo dictan no será sincero, debemos aprender a vivir de otra forma. Debemos estar de acuerdo con nuestro propio accionar, no obrar sin intenciones, sin deseo. Abrir el alma a Nuestro Padre Celestial nos otorgará calma y tranquilidad para accionar en el momento y no dejar para mañana lo que podemos resolver hoy.