Sucede que a veces podemos guardarnos ciertas emociones como el enojo, la culpa o el rencor y todo eso va calando hondo en nuestro cuerpo. Lo que no decimos o no expresamos se volverá síntoma, enfermando a nuestro organismo y haciéndonos transitar un sendero de aprendizaje. Cada vez que en un intercambio con un amigo o familiar nos reservamos palabras que necesariamente debemos decir, puede volverse en nuestra contra. Dolores de garganta o de cabeza será aquello que no nos atrevimos a hablar, por ese motivo, tenemos que comenzar a ser más abiertos y sinceros con lo que nos pasa.
Transitar una enfermedad puede ser un proceso angustiante y molesto en el que saldremos fortalecidos si nos aferramos a la fe en Nuestro Señor para poder sobrellevarlo. Nuestra salud tiene que ser algo de lo más esencial, y ella muchas veces solo dependerá de nuestro cuidado. Si permitimos que las emociones negativas nos invadan, si tratamos de acallar permanentemente el stress diario o nos volvemos tercos y obstinados sin conversar con nadie sobre ello, es muy probable que nuestro cuerpo enferme. Mantener un diálogo con Dios nos entregará calma y paz, nos permitirá evaluar lo verdaderamente importante, y una de esas cosas será priorizar nuestro bienestar.