En momentos en los que nos encontramos perdidos o en la duda sobre nuestro camino debemos encomendarnos a Dios. Esto es así porque cuando no salimos de nuestras propias ideas pensamos una y otra vez en cómo sería aquello que deseamos que suceda, y sumergidos en esa situación, podemos volvernos algo pesimistas. Cuando la oscuridad entra en nuestras rutinas es muy fácil que penetre en nuestros corazones y que gane lugar frente a aquello que es realmente importante, como el vínculo con nuestras familias, hermanos y amigos.
Comenzamos a andar un sendero sin retorno por no confiar en que Nuestro Padre Celestial será quien nos guíe a través de lo incierto. Reforzando nuestras creencias para poder tomar decisiones más sabias, evitaremos castigarnos por eso que no resulta. Volver siempre a intentarlo, con más ímpetu y compromiso, en la gracia de Dios Padre conseguiremos todo lo que nos propongamos. Nuestro prójimo también recorrerá ese rumbo con nosotros para tendernos su mano y ayudarnos en el proceso. No llegaremos lejos si nos volvemos tercos o soberbios y no logramos ver más allá de nuestras propias necesidades. El Señor proveerá el aliento y el valor para que enfrentemos cualquier obstáculo, solo tenemos que disponernos a la fe.