A menudo escuchamos decir que como verdaderos hijos de Cristo, es imperativo que nosotros seamos generosos. Está bien que esto cubre muchos aspectos, damos lo mejor de nosotros mismos dedicándole una vida entera a Cristo y viviendo bajo sus mandatos. Somos generosos, asimismo, en lo que damos a aquellos que menos tienen.
Pero la realidad que aquellos que menos tienen también pueden resultar ser personas egoístas, avaras e hijos e hijas de Dios que se han descarriado de Su camino.
Entonces la cosa se pone peor, ¿Cómo ser generosos con aquellos que, si bien lo necesitan, viven una vida alejada de lo que creemos que está bien? Recordemos entonces que Dios nos ama a todos por igual, por sobre todas las cosas.
Todos somos iguales ante los ojos de Dios, de la misma manera serás amado o amada al igual que aquel que cometió algún pecado, ya que todos tenemos la oportunidad de redimirnos ante Cristo nuestro Dios.
Por eso, seamos ciegos a la hora de elegir a quién dar, sordos a la hora de evaluar a quién dar, y mudos a la hora de emitir un juicio acerca de un hermano u hermana.