El cansancio que acarreaba era tal que casi ya no podía sostener mi fe. Estaba relacionado con mis proyectos: todo lo que anhelaba parecía no poder concretarse nunca. Había llegado a un punto en que el agobio y la frustración comenzaban a apoderarse de todo lo que sucedía. Eso hacía que mi conexión con Dios Padre fuera muy lábil, porque comenzaba a desconfiar en su compañía, en que Él realmente estaba guiando mis pasos.
Como cristianos muchas veces podemos ofuscarnos con Dios cuando Nuestro Padre no dispone de nuestros planes como nosotros quisiéramos. Lo que debemos comprender es que no siempre podrá congraciarnos, muchas veces pondrá en nuestros caminos situaciones que no sean de nuestro agrado para que podamos evolucionar y crecer como cristianos. En la fe nos mostrará las soluciones para resolver esos conflictos y para alcanzar nuestros anhelos. No debemos darnos por vencidos o enojarnos con Dios sólo porque las cosas no salen del modo en que las planeamos. Quizás eso nos lleve a mejores lugares de los que queríamos estar o nos conecte con otros hermanos que no esperábamos conocer. Recobraremos el regocijo cuando comprendamos que Nuestro Padre siempre querrá lo mejor para sus hijos, que Dios es la fuente de todo inspiración y de toda bendición en nuestros senderos.