Todo lo que tengamos en exceso es una carga pesada en nuestra vida. La acumulación enferma el alma. Es preocupación, temor, ambición y avaricia. Todos esos sentimientos corroen la paz del corazón. Y son una tentación visible en nuestros días. La sociedad toda nos invita al consumo, a comprar bienes innecesarios que sólo sirven a nuestra vanidad. La ostentación nos acompaña en el camino y la sencillez va quedando olvidada.
Y nos engañamos, pensando que eso es necesario para estar en el mundo. Pues no nos creamos lo que la publicidad nos vende, es solo nuestra inmensa inseguridad que nos lleva a comprar lo que no es necesario sólo para sentirnos más importantes. La importancia de una persona reside en sus buenas obras, nos dice el Padre. Él nos proveerá de todo lo necesario, ya que ha creado el mundo para nuestro beneficio.
Confiar en Él es aceptar que dando se recibe, que confiar es creer y que no son los bienes materiales los que nos abrirán las puertas del Cielo. La mano cerrada no abre las puertas del Paraíso, suelta lo material y cuida tu espíritu, porque de los pobres y generosos es el Reino de Dios.