En el camino a casa, luego de un largo día en la oficina, me encontraba meditando acerca de las personas que viajaban conmigo en el autobús de vuelta. Veía a algunos hablando por sus teléfonos celulares y otros mirando por la ventana.
Eso me llevó a pensar en la tanta gente que sufre interiormente por encontrarse sola, sin alguien a quien recurrir, alguien que lo espere en su casa o simplemente alguien a quien mandar un mensaje cada tanto.
Y eso me llevó a pensar en el deseo de Dios de que nunca recorramos el camino solos. Él nos dice que siempre estará allí por nosotros, y que en Él encontraremos un amigo consejero y un Padre tanto sabio como contenedor.
Pero de la misma manera Él nos dice, de manera genérica, que no es bueno que el hombre esté solo, ya que el aliento y el consejo, así como también el abrazo oportuno y el hombro para llorar, son caricias que recibimos directamente de Dios, mediante la compañía que Él quiere para nosotros.