“Dichoso el que resiste la tentación porque, al salir aprobado, recibirá la corona de la vida que Dios ha prometido a quienes lo aman.”

Santiago 1:12

El capricho


Cuando somos niños podemos discutir por horas con nuestros padres sobre algo que queremos o que entendemos que ellos deberían hacer. Nos trenzamos en las más absurdas peleas por cosas materiales, por juguetes o porque no nos dejan salir con nuestros amigos. En ese momento, entendemos que eso es lo más importante y que ellos deben proveer, pero nos olvidamos que para poder conseguir esas cosas, muchas veces, nosotros debemos también retribuir algo a cambio. Por ejemplo, ser alumnos dedicados, asistir al servicio de misa, ayudar con las tareas del hogar, o simplemente, ser educados y respetuosos. Al momento de pedir somos todos un poco egoístas, queremos cumplir ese pedido y salirnos con la nuestra. Lo peligroso es cuando seguimos manteniendo esas malas conductas ya siendo adultos.

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Existen personas egoístas que no contemplan ni por un segundo a los demás. Siempre quieren lograr lo que se proponen, pero muchas veces lo hacen a cualquier costo. Personas caprichosas que quieren imponerse por sobre la voluntad de los demás cuando la verdadera y única voluntad es la de Dios Padre. Pero ellos, han perdido el contacto con el Señor, porque se consideran más importantes y no conocen de humildad. Como hermanos, nuestra tarea será acercarlos al camino de Dios y a su palabra, así no existirá la soberbia en sus corazones y sus pedidos no sólo abarcarán a sus propios anhelos sino también a los de los demás.