Estos tiempos nos encuentran con una economía mundial muy inestable. Países empobrecidos en los que reina la hambruna y la falta de recursos y personas que han perdido sus empleos y se encuentran en situación de calle. Existe cierto caos en los hospitales, que no dan a basto para atender a tantas personas necesitadas y enfermas, comedores que se han convertido en un segundo hogar para familias enteras. También, la inseguridad comienza a tomar parte en el cotidiano, ya que por desesperación algunos ha caído en el pecado de robar para poder conseguir un sustento.
Cuando nos encontramos ante situaciones tan desesperanzadoras lo importante es no perder nuestro horizonte como hijos de Dios. Disponernos a poder dar la mayor parte de nuestro tiempo a ayudar a los demás, a colaborar con escenarios de urgencia o de desamor, para poder aportar todo lo que podamos desde nuestro lugar. Podemos pensar que es mínimo o que quizás no alcanza para todos, pero comenzar con pequeños cambios puede impactar positivamente en muchas personas. Asistir a los que más lo necesitan por estos días será recompensado por Dios y por nuestra fe. Ser benevolentes y solidarios, buscar y perseguir al bien común nos hará mejores personas.