“Nunca dejará de haber necesitados en la tierra, y por eso yo te mando que seas generoso con aquellos compatriotas tuyos que sufran pobreza y miseria en tu país.”

Deuteronomio 15:11

Esos días de frío


Comenzaba a hacer frío en la ciudad, ya las noches eran insoportables: el viento te cortaba la cara cuando salías a la calle. Nunca pensaba en los que menos tenían o en los que no podía dormir en sus propias camas, abrigados y alejados de las enfermedades estivales. Sólo pensaba en qué me pondría para salir en el fin de semana o qué dirían mis amigos de mi ropa. Estaba inmersa en un pensamiento completamente frívolo y adolescente, sin contemplar a mis hermanos que peor la pasaban. Todo se trataba de mi vanidad, de mi egoísmo y mis amigas estaban en la misma sintonía. Mis padres me lo habían dado todo, y en algún punto yo perdí conexión con la realidad que me circundaba. Asistía a eventos privados por el trabajo de mi padre y casi nunca caminaba sola por la calle.

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Un día decidí no esperar a mi chofer luego del colegio y caminé a casa, gracias a eso pude encontrarme con la otra realidad. Gente durmiendo en las calles, sin abrigo, sin una palabra de aliento. Niños enfermos sin acceso a medicinas. Realmente me hizo tomar consciencia, así que llegué a casa y me dispuse a organizar un equipo para brindar asistencia en las calles. Mis amigas me creyeron loca, pero fue lo más satisfactorio que hice cuando joven. Llevamos ropa de abrigo y comidas calientes a aquellos que lo necesitaban, la gente estaba por demás agradecida y yo pude evaluar cuáles debían ser mis prioridades. No debemos permanecer indiferentes ante el malestar del prójimo. Yo pude encontrar a Dios en mi corazón a tiempo, pero hay muchas adolescentes que aún no lo han hecho y debemos ayudarlas a recobrar el valor de la palabra de Nuestro Padre Santo.