“Pero deseamos que cada uno de vosotros muestre la misma solicitud hasta el fin, para plena certeza de la esperanza, a fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas.”

Hebreos 6:11-12

La desidia


Tener pereza puede ser algo que nos perjudique mucho si no se trata de un simple tiempo de ocio breve. Podemos estar cubriendo de vagancia un sentimiento de tristeza o dejadez, que nos impide seguir normalmente con nuestro ritmo de vida. En esos casos, cancelamos planes con amigos, nos escondemos de ciertas actividades sociales, y quizás no queremos enfrentar un miedo aún mayor. De esa manera, la inactividad puede representar un espacio seguro, en el que nos sentimos confiados, en el que nada ni nadie podrá hacernos algún daño.

Publicidad

Generalmente es algo que sucede cuando hemos atravesado un dolor o una decepción muy grande. Deseamos resguardarnos de todo y de todos, como si manteniéndonos aislados así lo lográramos. Encomendarnos al Señor cuando nos sintamos desprotegidos será una decisión certera. Él cuidará de nosotros para que poco a poco encontremos las energías necesarias para volver a levantarnos. Para enfrentar con coraje las nuevas experiencias, Nuestro Señor nos otorgará su resguardo divino. Solo Él podrá darnos la confianza de modo que queramos conseguir nuestras metas otra vez y así, nos mantengamos en comunión con nuestros hermanos. Sin su guía, seguramente reincidamos en darlo todo por perdido y pensemos que no tiene sentido seguir intentándolo.