En este mundo convulsionado, muchas veces no nos damos cuenta de la importancia del silencio. Vivimos rodeados de sonidos de celulares, sonidos urbanos, televisores y bullicio. ¿Y el Silencio?, ¿Para qué?
La intoxicación sonora a la que estamos sometidos no hace más que distraernos de lo esencial. La gente camina sin mirarse los unos a los otros con los auriculares conectados y se pierden de observar las maravillosas creaciones con las cuales nos ha bendecido el Señor.
Es cierto que las obligaciones actuales nos obligan, por así decirlo, a estar conectados. Nada de malo hay en esto, pero nos estamos privando del silencio y es allí donde podemos encontrar la paz y concentración necesarias para comunicarnos con Cristo. Los momentos de oración, los instantes de reflexión, necesitan de un entorno que les resulte favorable. Es una instancia no solo para encontrarse con Dios (que es lo primordial), sino también para estar con nosotros mismos.
En el silencio podemos escuchar mejor a nuestro Señor y de esta forma cada acercamiento será único e irrepetible. A través de la Fe, el Compromiso y el amor de tu corazón, lograras tener el mejor de los diálogos con El Altísimo. Regálate ese momento de serenidad. Regálaselo a nuestro Salvador.