Ir más allá de nuestros miedos a veces puede resultar abrumador. Pensamos en tantas cosas antes de hacer algo que creemos imposible y eso puede hacernos desistir por completo, sin siquiera haberlo intentado. Cuando los miedos nos abordan tienen un poder arrollador, operan como falsas expectativas o cuestiones aprehendidas que no logramos derribar para ser más felices y alcanzar un objetivo mayor. Nos quedamos con la intriga de qué podría haber sucedido, no damos con el instante para acionar y finalmente decidir hacerlo.
Nuestro Padre será quien nos acompañe y nos guíe para enfrentar esos miedos de una vez por todas. Aventurarnos a abrir el corazón, disponernos al Señor será la vía para poder llegar al otro lado del miedo. Cruzar ese límite y adentrarnos en nuevas posibilidades, en formas de ver a nuestro destino de manera diferente. Si lo hacemos de la mano de Dios debemos confiar en que Él no dejará que nada malo nos suceda, que como Padre de hijos devotos y fieles, vela por ellos en cada segundo de su existencia. Descansar en que el Señor estará allí para sostenernos si fallamos, emprender un camino curioso y expectante, salir a jugar como niños. Esconder nuestros deseos sólo será una forma de postergar y poner excusas, y nos mantendrá cómodos en una incomodidad absoluta.