Algunas veces vamos por la vida deseando que Dios se acuerde de nosotros, y nos haga más fácil el día a día, concediéndonos algún don que bendiga nuestro transcurrir. Tenemos dificultades, y deseamos ser ayudados. Un problema en el trabajo, alguna enfermedad, un disgusto familiar o un desencuentro con amigos queridos. Pero olvidamos pedirlo, olvidamos la oración, y la comunicación con el Padre. Porque Dios es nuestro Padre, y nos quiere felices. Somos sus amados hijos, lo seremos por siempre. Y nada lo entristece más que nuestra infelicidad, como nos pasa a nosotros con nuestros hijos queridos. Él desea volcar en nosotros todos sus dones, ver nuestra alegría y disfrutarla a nuestro lado. Su mirada atenta espera, Él sabe de nuestras necesidades, y es preciso que acudamos a Él. No hacerlo, es sólo un acto de soberbia. No podemos solos y precisamos su ayuda.
La oración es el camino para que el Bien y la Gracia se derramen sobre nosotros. Recibiremos su Amor infinito, y disfrutaremos con alegría y agradecimiento profundo lo que hemos recibido. Y la alegría será mayor al compartir dichos bienes con nuestros hermanos. Porque dando, recibiremos.
Y pidiendo al Padre, seremos escuchados. Y la alegría, por fin, será completa.