“Confía en el Señor con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio entendimiento. Reconócele en todos tus caminos, y Él enderezará tus sendas.”

Proverbios 3:5-6

La señal


Había esperado mucho tiempo algo que me quitara las penas, que me levantara del suelo, que me diera aliento. Caminaba sin rumbo, sin esperanza, esperando que todo se esfumara. Como si nunca hubiese ocurrido, quería despertarme de un largo sueño, de un dolor tan profundo que no me permitía ni siquiera salir de mi casa. En días de plena oscuridad, un amigo se acercó y me dijo que podía regresar a la Iglesia, que allí siempre seríamos todos bien recibidos. Yo me negué rotundamente y casi lo expulsé de mi hogar. La terquedad y la soledad ya formaban parte de mi rutina y creía que nada ni nadie podía moverme de ese lugar.

Publicidad

Cuando ya no sabía qué más hacer para atravesar ese mal momento, comencé a reflexionar todas las noches. Cada momento se volvió único, conversando con Dios Padre, a mis tiempos, a mi forma. Intentando ver más allá de mis miedos, de mi sufrimiento, me disponía a hablar con Nuestro Padre Celestial de una forma en la que nunca lo había hecho. De modo sincero, abriendo mi corazón, me dejé caer en Él, dejé que me sostuviera con sus manos, y que poco a poco me guiará hacia la luz de mis días.