Cuando estamos desconectados en nuestras propias rutinas muchas es difícil dar con un momento especial para conversar con Dios. Es más, cuando por fin logramos disponer de unos minutos y entablar una reflexión profunda, seguro nuestra mente está en otro lado, pensando en las mil cosas que tenemos que hacer en el siguiente instante, en las reuniones que tendremos mañana o en cualquier de nuestras obligaciones. Sentirnos distraídos a veces es inevitable, pero tenemos que entrenar a nuestros pensamientos para que todos guarden un lugar correcto y no se entrometan cuando queremos hablar con Dios.
De todas formas, Nuestro Padre nos ayudará cuando estemos dispersos, nos mostrará cómo priorizar los momentos por importancia. Proponernos a conciencia orar en calma, nos entregará la tranquilidad y claridad necesarias para afrontar el día, por más ocupado que éste puede resultar. Así, comenzaremos a estar más presentes, en tiempo y espíritu, nuestro espacio de reflexión debe ser sagrado, para poder acercarnos correctamente a Nuestro Señor. El tiempo de hablar con Dios requiere de voluntad y disciplina, de ordenar nuestras ideas para poder transmitirlas a Nuestro Padre Celestial, y confiar en que su consejo será sabio y oportuno. Siempre es bueno además que las escrituras formen parte de nuestra oración.