“Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar”.

Salmo 46:1-2

Mi fortaleza


Había sufrido mucho esos últimos meses y estaba desconsolada. En definitiva, el momento en el que parecía tener más libertad en mi vida era aquel en el que me sentía más encerrada, perdida, sin lugar para tomar decisiones, ni siquiera las más irrelevantes. Siempre era preferible dormir para no tener que enfrentarme a vivir, a elegir. Así pasan días enteros en los que no salía de mi cuarto. Parecía no haber despertado aún de ese letargo en el que todo encajaba perfectamente.

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Fueron muchos los que intentaron que saliera de mi casa, tratar de motivarme, pero era en vano. Sólo el encuentro con Dios pudo hacerlo. Comencé a rezar por las noches, cuando los demás dormían para poder estar mejor. Le pedía a Nuestro Padre que me guiara a través de ese desgano, que me diera herramientas para poder seguir adelante. Pronto estuve mejor, más conectada con mi realidad para poder hacer los cambios que necesitaba. El sólo hecho de conversar con Dios y pedirle consuelo me había librado de la pesada carga del dolor. Muchas veces tendremos que sumergirnos en nuestra oscuridad para volver a encontrar la paz y el amor. Debemos confiar en Nuestro Dios y en nuestros hermanos para poder salir de nuestra soledad y desesperanza.