“No juzguen, para no ser juzgados. Porque con el criterio con que ustedes juzguen se los juzgará, y la vara con que midan se usará para ustedes.”

Mateo 7:1-2

¿Quienes son los que juzgan?


Desde que nacemos buscamos que nos amen, sentirnos queridos, sentirnos especiales para nuestros padres. Es un deseo universal, y está unido a nuestra necesidad de supervivencia. Esto es así porque sin cuidados paternos, sin ser protegidos y alimentados no podríamos sobrevivir.

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Pero algunas veces pareciera que ser amados no basta, también deseamos ser los preferidos del Padre. Y con este fin, competimos con nuestros hermanos. Esta competencia siempre se convierte en una conducta mezquina, cuando para destacarnos denigramos a otros. Los juzgamos, y desvalorizamos. Vemos sus defectos y errores, y los ponemos en evidencia.


Son nuestros hermanos y están en la misma senda, codo a codo con nosotros. Todos intentando vivir bajo los preceptos de Dios.


Somos hermanos para acompañarnos y apoyarnos. No para juzgarnos con dureza y criticarnos ante los ojos de los demás. Con la dureza con que juzgues a tus hermanos, serás juzgado. La crítica ruin envenena el alma. En cambio la mirada generosa la engrandece.


Todos conocemos nuestros errores y nuestros puntos débiles. No necesitamos que otro los exponga, y nos humille. A nadie beneficia ésta conducta. No te hacen más bueno , ni mas grande la pequeñez o el error del otro.


Tender la mano, y ser generoso es una conducta más misericordiosa. Y más grande a los ojos del Padre.