Muchas veces, producto de la vorágine en la que se ve envuelto el mundo, nos distraemos buscando la perfección. Es lo que se impone desde una estructura social: Quien no es perfecto “no pertenece”, “no puede ser feliz”, “no lo logra”.
De esta manera se genera una angustia colectiva en donde es imposible llegar al objetivo. Vivimos de decepción en decepción cuando intentamos ser perfectos.
El Señor nos ofrece una manera distinta de interpretar esta realidad. Dios sabe de nuestras imperfecciones. Él nos acepta tal cual somos y nos entrega la Bendición de su Amor incondicional.
Entonces lo que estamos llamados a buscar, es Plenitud. Esa Plenitud se logra dando el máximo esfuerzo en nuestro compromiso con el Plan de Dios.
El Señor nos convierte en seres plenos regocijados en su presencia. Esto solo puede lograrse con la totalidad de nuestra entrega a Cristo.
La Plenitud fortalece nuestra Fe y nuestro Padre Celestial nos da la totalidad para superar, desde su Gloria, cualquier obstáculo, mejorando lo que somos: su Creación diaria.
Dejemos que la Paz del Señor nos inunde y nos permita afrontar el camino sin presiones, ni angustias.