Muchos de nuestros hermanos hoy en día se encuentran pasando situaciones muy severas. Quizás diferentes circunstancias los hayan obligado a vivir en las calles, sin un techo donde resguardarse del frío y de la lluvia, sin un plato de comida por las noches. A veces cuando regresamos a casa, caminamos junto a ellos y desviamos la mirada. Nos duele ver esa realidad, pero nada hacemos para intentar modificarla. Sabemos que con gestos pequeños como ofrecerles un alimento o un abrigo, seguramente cambiemos su día, pero negar esa necesidad nos resulta más cómodo.
Dios a veces nos desafía con estas muestras de realidad, pone en nuestros caminos a hermanos que nos necesitan, para que veamos más allá de nuestras propias situaciones particulares. Para enseñarnos que debemos estar atentos a lo que el otro pueda estar atravesando, a que con nuestra ayuda simplemente podremos hacer un cambio muy grande. Mantenernos en conversación con Nuestro Padre nos mostrará las mejores maneras de ser solidarios, de no hacer la vista gorda cuando algo nos incomode, solo por mera desconfianza o por dejadez. Detenernos un momento a ayudar al prójimo, a escuchar lo que le sucede, a darle una palabra de aliento para que pueda recuperarse poco a poco, será lo más valioso.