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Existen personas que en cuestión de segundos pueden alterar nuestra paz: aquellas que sólo comparten con nosotros sus quejas o disgustos de lo cotidiano, que nos cuentan acerca de sus miedos, de sus penas, y resultan jueces de la vida de sus hermanos. Podemos sentirnos alterados por no cumplir nuestras promesas y faltar a nuestra palabra cuando quizás desde el comienzo no quisimos asumir esa responsabilidad y nos comprometemos por contentar al otro. Quizás pasamos horas haciendo algo que no nos gusta o incluso, haciendo de eso nuestro sustento de vida. También, pudimos haber dicho mentiras o cometido engaños por ser cautelosos con los demás, como si eso los librara del dolor que les provocaría conocer la verdad.
Todas estas actitudes y vínculos pueden quitarnos nuestra paz interior, pero será fácil volver a regocijarnos en ella si estamos en contacto con Dios Padre. Si guardamos un momento de reflexión diario encontraremos los mejores modos de acción y no nos expondremos a situaciones que nos provoquen sentimientos negativos o de confusión. La paz interior debe ser nuestra guía para el buen obrar y para el correcto compartir entre hermanos. Sin ella, tomaremos caminos que pueden traernos malestar y desesperanza, y alejarnos de Nuestro Padre Divino.