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Me guardaba emociones y angustias permanentemente y no lo verbalizaba, el resultado de eso habían sido constante anginas que se repetían una y otra vez. Mi cuerpo ya no toleraba el silencio, y cada vez eran más difíciles de tratar con medicinas y mi cuadro era cada vez peor. Ya no eran unos días en cama sino que también traían consigo fiebre y hasta alucinaciones. En uno de estos pensamientos desvariados creí ver a mi padre que recientemente había fallecido. Él me decía en el sueño que cuidara de mi cuerpo porque era el único que Dios me había regalado y que mis emociones negativas lo estaban perjudicando. Gracias a ese episodio comencé a darle valor a mi físico pero también a mi mente. Relativicé los problemas y las discusiones que tenía por cuestiones mundanas y empecé a enfocarme en mi bienestar.
Respetar nuestro cuerpo y cuidarlo no sólo tiene que ver con una buena alimentación, un buen descanso, o con el ejercicio físico. Cuidarlo realmente es estar abierto a las emociones positivas pero también a las negativas y capitalizar el crecimiento personal que ellas nos dejarán como experiencia. No decir que algo o alguien nos enoja, no pedir perdón cuando estamos equivocados o no estar en contacto con nuestra propia fe serán formas de enfermar a nuestro cuerpo y espíritu.