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Algunos hemos abandonado el hábito de ir a la Iglesia por un sin fin de diferentes excusas: no tenemos tiempo, se encuentra lejos de casa, no puedo tener un momento a solas, entre otras. Lo cierto es que acercarse al hogar de Dios siempre será bien recompensado por Nuestro Padre. Podemos guardar pequeños espacios dentro de nuestra semana para hacer una parada en la Iglesia antes de volver a casa. Tomarnos unos minutos para recorrer el espacio, sumergirnos en una reflexión profunda y sin distracciones.
Conversar con Dios abriendo nuestros corazones, poder confesar nuestros pecados y recibir el perdón divino. En silencio visualizar nuestros errores pero también congraciarnos con nuestras buenas acciones. Contarle a Nuestro Padre Celestial aquello que nos abruma o que nos alegra entregados a la reflexión. Disponernos al mandato de Dios, a su llamado aún cuando creamos que no hay espacio para hacerlo. Se siento diferente el poder rezar en la Iglesia que en nuestros hogares, y es importante que mantengamos el hábito también de concurrir a la misa. Aún cuando estemos atravesando un momento difícil, debemos conversar con Nuestro Padre sobre lo que nos sucede y qué mejor que hacerlo en su propia casa. También, podremos tener el espacio de interactuar con nuestros hermanos, escucharlos y evaluar además en qué podemos ayudarlos.