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Estas reflexiones fueron pensadas para que la palabra de Dios se acerque a todas las mujeres de un modo suave y sencillo, con un lenguaje que nos llegue al corazón.
“Y les dijo: Vayan por
todo el mundo y proclamen la buena noticia a todo el mundo” Marcos 16:15
Observar con nuestros propios ojos y cuidar esas nuevas vidas que llegan al mundo, para enseñarles e inculcarles la palabra santa y los valores del Espíritu Santo por el resto de su desarrollo como seres de Fe.
El orgullo de poder construir con amor y formar parte de la familia de Dios, nos hace dar cuenta de lo afortunadas que podemos ser como esposas, así también como madres y abuelas. No hay regalo más hermoso que poder continuar con la misión divina que nos encomendó nuestro Padre Celestial.
“Resístanlo, manteniéndose firmes en la fe, sabiendo que sus hermanos en todo el mundo están soportando la misma clase de sufrimientos.” 1 Pedro 5:8-9
Cuántas veces recibimos como hermanas la indiferencia o el maltrato por parte de personas que no nos conocen y hasta que cuestionan nuestra devoción por el Espíritu Santo. Nunca debemos dudar de la Gloria y la esperanza que nos trajo Jesús desde la cruz y nuestro creador con los mandatos de Fe.
¿Estamos seguras de que si sufrimos y soportamos estos malos tratos en silencio vamos a soportarlo de mejor manera? Siempre cuentas con nuestro Padre Celestial y su Hijo misericordioso. En oración planta tu esperanza y solicita por su redención por los siglos de los siglos.
“Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido.” 1 Corintios 13:1
¿Qué observamos al reflejarnos en ese espejo que llama al anhelo de superarnos? ¿El rostro de una mujer que en su interior siente deseos de ser feliz? Hoy mismo, en el camino del Señor, se encuentra el valor y el coraje deseado y por tanto tiempo pospuesto.
No es algo que debemos exigir ni demandar, sino simplemente resulta de un trabajo de apertura de nuestra alma y nuestro corazón. Depositar la Fe en la Gracia de nuestro padre Celestial, ser testigos de su milagro junto a su hijo Jesús que observan y nos escuchan desde el Reino de los Cielos.
“En verdad, Dios ha manifestado a toda la humanidad su gracia, la cual trae salvación y nos enseña a rechazar la impiedad y las pasiones mundanas. Así podremos vivir en este mundo con justicia, piedad y dominio propio.” Lucas 9:48
Al acercamos a la plenitud de nuestra vida, recordaremos los momentos en los que la tentación y los vínculos superficiales nos abordaban para ofrecernos recompensas efímeras que nos desvíaban la atención de la voluntad de Dios.
La salvación se encuentra en el camino del Espíritu Santo, que comprobamos luego de transitar y superar la oscuridad del pecado. Es un ejercicio diario, el autoconocimiento, estableciendo límites para nuestro dominio personal, pero siempre recordando que el amor de Jesús no posee ningún tipo de limitante ni de condición.
“Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo; cuando cruces los ríos, no te cubrirán sus aguas; cuando camines por el fuego, no te quemarás ni te abrasarán las llamas.” Isaías 43:2
Confiar en ti misma, en tus pasos y decisiones futuras. En tu historia pasada, en la que estás construyendo y en la futura, que depara destinos de Gloria y bendición. Ante cualquier hecho que te genere incertidumbre, encomiéndate a Jesús.
En oración, podrás confiar que tu voz se amplifique desde tu corazón y hasta las puertas del templo de los cielos. Si alguna vez tienes dudas de tu condición como Cristiana, envuélvete en las escrituras sagradas, alza tu voz hacia nuestro Padre Celestial y agradece una vez más la posibilidad de seguir adelante con su misión divina.
“Bueno y justo es el Señor; por eso les muestra a los pecadores el camino. Él dirige en la justicia a los humildes, y les enseña su camino.” Salmos 25:8-9
Las acciones que acompañen a nuestras decisiones y actos deberán estar alineados en el camino que nos enseña nuestro Santo Maestro Él más que nadie desea que como mujeres podamos encomendar nuestros corazones hacia quienes más lo necesitan. Los humildes niños y niñas, estos seres desprotegidos que acuden a nuestros brazos desde pequeños en busca de alimento y de cariño.
En la necesidad de alguien que los proteja y albergue de su soledad. Así como nosotras hacemos con Cristo y el Padre que todo lo observa desde las alturas. Al poder cumplir con esta voluntad de Dios, estaremos eternamente plenas y recibiremos el fruto de su misericordia en nuestros corazones.